Comentario homilètico 3/1/2.017

​En el texto de Jn 1,29-34 Juan Bautista presenta a Jesùs :” he aquì el Cordero de Dios q quita el pecado del mundo”.   Y esa parece la misiòn principal de Jesùs: liberar de todo mal y pecado, hacer el bien y  reconciliar con Dios Padre a toda la creaciòn por el establecimiento de su Reino. 

   Y establecer el Reino lleva un costo. El Padre q es de infinita clemencia y misericordia no es q ame el sufrimiento ni que sea un sàdico a nuestros ojos sino q ama por sobretodo lo q màs digno y bello hace al hombre : su capacidad de libertad. Libertad q el Padre permitirà incluso en aquellos q maquinen el mal y lo perpetren en este mundo hasta con los justos( Isaias 53) llevàndolos a muerte ignominiosa como luego hicieron con el propio Jesùs.

   Pero hoy parece q somos en extremo sensibles al sufrimiento y no queremos ver a nadie sufriendo. Pero ¿es eso verdad? Parece q sì valoramos el sufrimiento del deportista q lleva al èxito y lo consagramos con la frase “ha valido la pena”. Valoramos, pues ,el sacrificio q es fructìfero como el del grano de trigo q se entierra para dar fruto o el sufrimiento de la madre q va a dar a luz .

   Pero, nos guste o no , siempre hay un inùtil sufrimiento presente y q nos indigna y parecerà injusto: el q deriva de q Dios conceda libertad para el bien y para el mal y no nos gusta sufrir las consecuencias nefastas de las fuerzas del mal pq son el mal en el estado màs puro y parece a veces , incluso q lleve las de ganar.

   De todas esas consecuencias del uso de la libertad q nos hace grandes y dignos  Jesus nos viene a avisar para q revestidos de especial gracia resistamos a las fuerzas del mal. El es el Cordero q se inmola por todos para q podamos asumir la humanidad entera las vicisitudes que sufrimos por ser humanos en libertad.

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