SIN TERMINO MEDIO: SANTOS Y (a la vez) PECADORES: PERO (ojalá) HUMILDES


Jn 1,18-22
La condición del cristiano que hoy y siempre quiere serlo de verdad ,es de pena. No podemos enorgullecernos de nada. Si tenemos buenas obras y hacemos las cosas bien es gracias a Dios mas que mérito nuestro .Y si las hacemos mal ,son cosa exclusivamente nuestra. Y encima hemos de reconocer con humildad las faltas e intentar cambiar conductas para que sean mas acordes con lo que Dios nos manda en los mandamientos y con la forma de actuar Jesus que es nuestro modelo a seguir. Y va, y a pesar de todo, Jesús nos dice que hemos de estar dispuestos a sufrir persecución y que somos bendecidos por Dios si se nos persigue por nuestra fe y conexión con el Dios tal como nos lo ha presentado Jesucristo del que es su modelo mas perfecto.
Así que el sufrir persecución por ser cristiano es elevado por Jesus a la categoria de bienaventuranza.
El fenómeno es muy complejo porque la Iglesia pretende ser una “autóritas” o referente de buena conducta social .
Y esté de moda la virtud o no, la sociedad necesita referentes de integridad , coherencia y recto actuar . Y esto se pide a cualquier individuo en la sociedad pero mas aún a la Iglesia a la que se le exige sea un reducto de lo más sano y hasta santo.
Y …¿porqué o qué razón última se nos ocurre admitir como causa de la persecución religiosa? Se nos hace a la mente que quizás sea el profundo “orgullo de los satisfechos” que no quieren aceptar instancia superior a nuestra condición de seres simplemente humanos y, encerrados en su ego, tienden a maldecir las obras de Dios hechas a través de la gran humildad de los pobres y humildes.. y a Dios mismo. . .
Aceptemos ,pues, la crítica en la Iglesia, porque sus seguidores estamos necesitados de constante reforma ( somos imperfectos , admitámoslo con humildad) y también con humildad practiquemos la corrección fraterna, el pedir perdón , y no dejar de seguir el ideal cristiano porque es lo que mas falta hoy y probablemente siempre.
Esta es la felicidad de los pobres y pecadores que reconocen como María al Dios que “derriba a los poderosos de sus tronos y enaltece a los humildes”.
Canto: “Magnificat anima mea Dominum” de Taizé.

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