SANTO TOMAS APOSTOL


Jn 20,24-29
Tomas apóstol de Jesús no fue un creyente ingenuo que todo lo cree. Era crítico y quería comprobar con hechos si era verdad que Jesús había resucitado. Quería ver las llagas de aquel Jesús a quien habían ejecutado en la cruz.
Y Jesús le responde mostrándole las llagas “pon tus dedos en mis llagas y no seas incrédulo sino creyente” …
¿Qué ha pasado por el interior de Tomas que le ha llevado de la incredulidad a la fe?
La incredulidad es la alerta natural y racional ante un fenómeno poco habitual como es ver un muerto que ha resucitado. Es verdad que Jesús lo había anunciado y que todo lo que Jesús decía era superado por sus obras. Pero en su balanza interior la certeza humana que le daba Jesús requería una muestra mayor porque Jesús había dicho que “si el grano de trigo no muere no da fruto”. Pero es que el fruto de Jesús no es fruto sólo para saborear en esta vida. Con la cruz su vida estaba fracasada. ¿qué pasaba entonces si Jesús resucita y es a la vez visible e invisible? ¿Muerto para los que no pueden o le quieren ver y vivo para los que por fe le creen ver? ¿no es su resurrección -si es cierta- un anuncio de que la muerte no es el final y de que vida y muerte ya están aquí y es posible una victoria final para la vida?
Pues ahí estamos. La puerta de la eternidad es infranqueable para los que vivimos en el tiempo. Sólo alcanzamos a atisbarla por la fe. Y los visionarios como Tomás y Pablo (privilegiados del Padre) tuvieron que oír del propio Jesús resucitado “bienaventurados los que sin ver creen”.
El propio Pablo desde su reflexión sobre el amor (1Cor13) captó que la fe y la esperanza apuntan hacia la eternidad, pero con la muerte cierta se detienen en la puerta. La que la sobrepasa es la caridad porque es el más allá puesto aquí para saborear en el tiempo la eternidad.

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